[...]Una fina llovizna movida por el viento, trenzando cortinas como banderas, anuncia rompiendo en colores la luz, un amanecer tumultuoso y lleno de desasosiegos. Gotas suspendidas entre tiempos y espacios, afluentes de ríos mayores y charcos, profundos, tempestades presas de la gravedad más atrayente se precipitan al vacío, se deslizan ligeras por la suavidad de la piel.
La noche, que se había presentado libre de nubes, parecía haber ido condensando las pesadillas e inquietudes que atormentan la ciudad, en su camino hacia una nueva rutina. Un concurrido bar refugia las miradas furtivas, sospechosas e intrigantes. El puerto marginal, lleno de vida y tensión, se dibuja en la noche como una gran mesa de póquer dónde los personajes más sórdidos se visten de seda para cerrar algunas de las tramas más truculentas. Juntos, ostentando una posición física y jerárquica, se reparten por el local cubierto de madera y un extraño olor húmedo. Aún habiendo varios paragüeros todos conservan los paraguas al lado de sus sillas, negros, casi todos iguales. En cada mesa un perchero y un grupo de matones de pie, con las gabardinas puestas, goteando el agua que al tocarlos se ha vuelto sucia.
No hay lugar para la educación más allá del respeto que provoca el miedo, y menos en una ciudad como es ésta. Pitlane era una ciudad pequeña que había crecido demasiado deprisa, durante décadas había permanecido asilada del politiqueo de la capital y, aunque no quedaba lejos, la frontera estaba más cerca...
Continuará... |