[...] La fragilidad del otoño se torna cruda y roja en la mañana del funeral. Los trajes deambulan posando ante una pintoresca escena, entre vestidos de luto y falsos ánimos. Muchos abrazos, nadie parece lamentar verdaderamente la muerte del hombre que tanta gente ha juntado...
Dos figuras de mujer se retuercen entre brotes de lágrimas interminables. Tan cerca del hoyo como les permiten quienes las sujetan y consuelan. Por fin el cura procede con las palabras, típicas hasta la ordinariez. Es un juicio rápido, el aire mueve las nubes juntándolas para mostrar su pena y la gente desaparece. El mundo gira igual para todos menos para las dos figuras que aún se sujetan en la soledad del cementerio cuando se rompe el cielo sobre ellas, descubiertas. También, sobre la misma figura que ayer espiaba en la noche, cae el agua, rápida y juguetona con el viento; sin embargo él no ha ido para llorar. Una parte de todo es asegurarse de que las cosas han salido bien, sin exponerse demasiado al peligro y, a menos que el ataúd estuviera vacío, las cosas le han salido bien.
El sonido de un coche con motor de cohete absorbe las conversaciones de los rezagados. El cementerio apesta a hipocresía, pero también a reflexión y miedo, es un lugar que es mejor evitar todo lo que se pueda...
Continuará... |