Una cálida mano cogiendo mi aliento y jugueteando, entonación de futuro, nada inmediato y tan frágil que parece desvanecerse ante nuestra presencia. Pasos, cautela, sonidos de hogar y calma apresada en el contorno del atardecer. Dos figuras, quizá más, conformando un presente fugaz, un regalo de anaranjados besos sobre nuevos horizontes, sencillos conjuntos de palabras encadenadas, de gestos, de silencios.
Mil segundos por mil instantes, fuego en el cielo y en mi corazón el deshielo. Una pausa sobre el paisaje, desdibujado como la velocidad del viento sobre las copas de los árboles. Mil instantes en un segundo, cataratas volcándose sobre el único nacimiento que recuerdo, el del cariño y la rabia, hermanos de mi angustia, padres de mi sinceridad, culpables de mi inconstancia. “Libres como el viento”, se escucha entre los pinos susurrar, “solos como el cielo, inmensos como el silencio”.
Apagadas raíces se retuercen entre mis versos, aferrándose a pedazos de tierra muerta, yerma y extensa. Cuán lejos me lleva este sendero, a veces compartido, otras muchas austero, distante y extraño, pues solo a lo lejos parece tener sentido; en cuanto lo piso, hasta el sonido de mis pasos al avanzar me hace temblar y el mundo que he construido se tambalea, se convierte en cálida cera que se deshace entre la inmensidad muda de mi perplejidad y de mi cara seca, en silencio.
Una mano de la que ya no recuerdo el tacto rozó mi frente en la oscuridad de los sueños. Me desperté pensando en aquel atardecer que recorría mi aliento, jugueteando con mi entonación del futuro, tan lejano y tan inmediato, tan pasado y tan presente... Y veo esparcirse mis pasos sobre el sendero, lo pierdo a lo lejos con los ojos y me pregunto dónde me llevaran mis versos, los mismos que me arrojan al valle y a la cascada, a la cumbre y al abismo. No hay destino, hay formas de ser y maneras de querer y odiar la vida. No hay caminos, solo senderos repletos de claros, sombras y bullicio; y en el medio el viajero y su silencio. |
