* La brutalidad quiso siempre aparentar, aún sabiéndose despeñada en la profundidad del alma y si como vos sangro y lloro, o respeto y quiero... o no siendo así, ni sangro ni crezco, sólo espeto a quien demasiado sol me tape... seguiré sin ser nada más que sangre.
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Claman al roce de la tregua de invierno o de verano sus buenos deseos y esperanzas, todas robadas, y se alzan al vuelo las llamas perseguidas por las miradas de quienes no despiden, sino aclarando la nueva llegada.
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Insistente clamor en la tarde añeja como la encina que riega de nuevo el campo como de sudor la cara y que, por tiempo a desengaño, no ha dejado dividendo con el que afirmar la cuenta, de días y dudas, que arrancándose los brazos con cada "arrimar el hombro" supuso ser de la mar la sal y de la tormenta la serenidad.
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