Buenos días - me dijo la Luna entre cantos de fábrica y amargura, con acento argentino, redonda y contundente en el cielo- ¿sabés a dónde vas? - Mi cara se quedó pálida como la luz prestada que ella proyectaba sobre todas las cosas. Tomé aire, como si fuese a inflar un globo, pero cuando mis labios se abrieron, ninguna palabra entendible salió de ellos. No podía ser que todavía siguiera tan presente y hermosa en la noche, cuando apuntaba Lorenzo al cielo con sus dedos de candente fuego. –Apenas le quedan minutos al Sol para aparecer, Luna- conseguí decir entre silabeos estúpidos. Miré al suelo avergonzado y cuando levanté la vista, solo vi el espacio azul que se refleja en el mar, no había nubes, pero tampoco estaba ella. En ese momento sentí un gran vacío, me senté a mirar la sombra que proyectaba sobre el suelo mi figura flacucha, tomé aire de nuevo y pensé, “todo ha sido un sueño”. Justo en ese momento, un calor fraternal recorrió mi espalda fría y una voz me dijo entre risas: - Una vez más te encuentro mirando lo que no está, una vez más te encuentro sentado ante la inmensidad y, una vez más, te pondrás a llorar - Me levanté de un salto y cerré los puños, con aire infantil aguanté el aguacero y, silabeando por el berrinche, grité: ¡¿ Acaso no sois vos el culpable, de tan rápida despedida?! - y él, riendo, dijo: - No, es que tú siempre llegas tarde. |