Trepo y me elevo, sobre los suspiros enfermos de un mundo de hielo, vacío pero rodeado de gentío. Camino y descubro entre gritos el codiciado silencio, el avatar del río, callando bocas llenas de dientes tajantes que sonríen sin brillo, pero que inundan de frío los ojos de un niño que mira ensimismado los pasos de baile que destroza su padre, que desatina usando palabras que nunca practica y se baña en vino, mientras escupe chorradas en la oreja del crío. Lo siento amigo, pero te has convertido en el reflejo amarillo de un montón de rostros enfermos, sacados de un cuento de invierno maldito, en el que el bueno se muere de hambre mientras un rico le entrega un pico manchado de sangre a tu hijo. |