Hoy he recibido una carta, pero no en papel, no me he atrevido a mandarla a un buzón personal, y ahora siento el impulso de responder:
Hay momentos en la vida en los que uno no tiene nada que decir con palabras, no ha perdido el habla, ni siquiera esta enfermo, simplemente lo que necesita son otros dos ojos en los que arrojarse, sumergirse y bucear. Compartir conceptos, imágenes, ideas, sencillos lazos atados a un flotador cosido de realidades, de distancias, de lejanos parajes que ojalá no lo fueran tanto. Pero hoy dejé una rendija entre huecos, tapiados antaño de soledad, un resquicio por donde sólo parecía salir el aire prisionero de mis versos. Hoy, por esa rendija entró aire fresco, tanto, que la humedad del aire se congeló en la piedra pulida y la resquebrajó hasta convertirla en migajas, en pequeñísimas esquirlas de pasado y presente, dejando, en vez de una rendija, un hueco, quizá una puerta... Es a ese lugar donde se dirigen todos mis sentidos, esperando encontrar, quizá, los únicos ojos en los que ahora me apetece bucear. Es posible que sean los mismos impulsos eléctricos que mandan mensajes a todo mi cuerpo, los que llaman, a este sentimiento tan raro, a la primera fila, al borde del hueco, ¿curiosidad?. Lo único que esta claro en todo esto es que, si pudiera cambiar todas estas palabras por una mirada, lo haría. Pero no cualquier mirada sirve, debe ser la que buscas o todo ese castillo de impulsos dejará de vibrar. Sin embargo, esa incertidumbre, no sólo no es un freno a la curiosidad que me incita a acercarme cada vez más y más al borde del hueco, sino que es uno de los lazos más tensos y atrayentes hacia la única sensación que realmente me despega la piel del cuerpo y la carne del hueso, quedando desnudo y a merced de esa mirada tan esperada.
David, en los huesos |
