Un día nublado, lleno de humedad. un globo en el cielo, surcándolo a impulsos, tirón de la cuerda y sonido, ritmo, plataforma de sueños flotantes. Sobre las tierras distantes caen los sacos de anteriores equipajes, convertidos por las circunstancias en lastres, innecesarios puntos de vacío en el aire...
Un caminante observa silencioso, sobre una piedra en pleno sol, la majestuosa y trepidante caída de valores, de sueños, de intenciones... todos con nombre, todos sentidos; importantes en la atemporalidad de la vida, se reflejarán siempre en tu iris. Ahora, sacos entre los que elegir sin discutir, prioridad, preferencia, apego... silencio, pensamiento, arrojo y coraje... silencio...
Un campesino, testigo dormido de semejante aquelarre, incomprensión, perplejidad y bagaje; momentos lanzados al vacío para alcanzar un cielo distinto, más perdido, desconocido y escondido. Causa primera, ascender como el alma de un muerto, evaporar el agua del cuerpo, mezclarse entre gases, energías y nubes apátridas, sinceras y pasajeras. Como el capitán del globo, lejos de cadenas que no se sienten en las piernas, sino que achicharran, junto con las penas, las más altas sierras que componen inevitablemente la geografía de la reminiscencia, de la paciencia, dentro de la cueva, tras el muro desde dónde sólo se ven las sombras de la hoguera...
Volar descalzándose de mentiras, robando meses al tiempo, segundos al momento y estrellas del firmamento; sin sentir el cambio del viento, papeles manchados de café que interpretan a las gaviotas alrededor del barco pesquero, dejando caer palabras escritas con tinta de acero, que pesan y deforman el suelo. |