Los brazos no respondían como míos, ni las piernas, sólo el oído parecía decirme, susurrarme silbidos.
Mas no lidiaba con gigantes ni con ejércitos marchantes, mi enemigo era yo, incesante. Entre rocas, leyendo en mi masacre.
Sentía que quise, el miedo, que quiero, alarma racional ante lo nuevo, muchas veces traicionero, pero, normalmente me salva el pellejo.
Y así entre gotas de amapolas consumía el aliento mi mirada torva, sola, abrazando ruidosos versos en hojas de piedra, canciones, ecos en el ágora.
y yo, persistente aplauso apagado, me desangro entre los versos de Safo. |