Una música suena, secreta en mis oídos, el camino se deja caminar. Encuentro deliciosos saltos de espuma viva, sobre olas de viento del norte, entre acantilados custodiados por gaviotas y cormoranes, esquivos habitantes, orgullosos de tierras verdes que se vuelcan con pasión sobre la mar agitada y los riscos acariciados por el tiempo, guardianes de lo efímero y lo eterno. Sintiendo el corazón de la tierra, del mar y del aire como uno sólo, desnudo dentro de mi cáscara de tejidos, abrazado a un pedazo flotante de un anterior naufragio.
No soy marinero, ni caminante, quizá sea espectador del manantial corriente y agitado, cascada de la vida, esa que salpica siempre que no quieres mojarte y que, sin embargo, al contacto con la piel, es cálida y suave, serena y amable...
Sentados sobre los escombros reconstruimos una y otra vez historias alrededor de una hoguera, secretos, momentos, vivencias... instancias, cartas del pasado, sobres de papel llenos de polvo y arena, de silencio y de letras.
Luces en el horizonte despejan las dudas, parpadeos que requieren respuesta, silencios en la oscuridad, y gritos de claridad, no es el dolor lo que me impide sentir los dedos de los pies, es que, de tanto pensar entre rocas y viento, por poco pierdo los dedos arrojados al frío y la tempestad. Se me había olvidado lo reconfortante que es volver a caminar. |